En el escaparate hay rostros que enamoran, pero antes de conmovernos hay que tener mucho cuidado, porque a veces son simples maniquíes y uno se da de cabeza contras sus codos de plástico o sus rodillas de madera.
Cuando me estoy preparando para razonar con un ser humano, dispongo de un tercio de mi tiempo pensando en mi mismo y en lo que le voy a decir, y dos tercios acerca de él y de lo que va a decir.